Como vivo un momento delicado –algunos lo llaman ‘Crisis de los cuarenta’- la verdad es que por un lado ya me da lo mismo todo y por otro, no me da. Me da lo mismo todo porque estoy harto de las tonterías, harto del quedar bien, harto de que a uno lo tomen por tonto y harto de que la vida pase sin menos alegrías de las que merecemos.
Sin embargo, ese hartazgo te lleva a ver las cosas de otra manera, de saber quién está ahí, quién te aprecia y en quién puedes confiar. Me hacen gracia ahora los niñatos que intentan explicarnos lo qué está bien o lo que está mal cuando de la vida solo la conocen de oídas y encima filtradas por un tamiz deformado a su antojo.
Llevo desde 1998 escribiendo reseñas de cine asiático y si mis cuentas no me fallan ya habré superado las 3000 reseñas. Está claro que la mayoría son ladrillos intragables, con desaciertos y afirmaciones desafortunadas, pero eran meramente un medio de expresión, ninguna lección a terceros con intenciones de adoctrinar. Era mi forma de comunicarme y dar a conocer un mundo que gracias a las nuevas tecnologías ahora cualquiera tiene a su alcance pero que parecía inaccesible hace tan solo quince años.
Quizás ahora la pasión haya pasado dejando paso simplemente a las ganas de dejarse llevar, olvidar lo que se ha quedado por el camino. Escribir tampoco es ya esa devoción de ponerse delante de un folio en blanco a hablar sobre algo casi místico por aquella época, dar el justo reconocimiento a algo que merecía la pena, que tenía que ser descubierto. Quizás en parte porque ya no valga la pena… ¿O sí?
De nada me sirve ahora explicar que los surcoreanos son los reyes del thriller policiaco porque es redundar sobre un tema sabido ya. Menos aún hablar sobre la obsesión que tienen sobre Corea del norte… Total, si nosotros españolitos no hemos podido quitarnos la losa –nunca mejor dicho en unos días en los que se habla de desenterrar a cierto dictador…- de la Guerra Civil… ¿Qué no podrán ellos teniéndolos tan solo a unos metros de distancia?
La cuestión es que ‘enmerdado’ como estoy, me cuesta llevar a adelante una reseña que gira en torno a tantos tópicos en la cinematografía y sociedad coreana sin caer en el tedio y darme asco a mí mismo, así es que intentaré ser expeditivo.
El argumento de “V.I.P.” no puede ser más simple: un asesino en serie es el deseo de la policía, del servicio de inteligencia y de una venganza. A partir de ahí sazonamos con esos tópicos que mencionaba.
Para empezar, nuestro oficial de policía es el clásico agente rebelde que pocas veces cumple las normas y al que todo el mundo tiene respeto, aquí llevado al límite de incluso el miedo debido a un carácter irascible.
El agente del Servicio Secreto, por el contrario, es el típico funcionario, disciplinado y cerebral.
El joven asesino, por su parte, parece haberse inspirado en su compatriota y colega de profesión Shin Ha-Kyun (“Salvar el planeta tierra”, “El gran golpe”, “Sympathy for Lady vengeance”, etc.) con el que guarda por cierto hasta un cierto parecido, esbozando en todo momento una macabra sonrisa por muy sádicos que sean sus actos, haciéndolos más cruentos si cabe. Y es que el antagonista de la historia es un cruel sicópata que disfruta con el dolor ajeno, siendo las inocentes jovencitas su presa favorita.
Y por último, un policía militar norcoreano que busca venganza desde que… entre otras, nuestro asesino desertó al sur.
Para aderezar todo el conjunto tenemos otro factor habitual en el país como son las luchas de poder. Por un lado, el policía y el agente del servicio secreto se ven sometido a la tiranía de la cadena de mando. Y por otro, el exponente político representado por el tira y afloja entre el servicio secreto local a merced, según nos lo pintan, del americano.
Pues bien, a pesar de que parezca “lo mismo de siempre” y que esa peligrosamente aburrida a priori componente jerárquica-institucional esté ahí presente, “V.I.P.” es un gran entretenimiento.
Las claves, un par. La primera, que nuestro iracundo policía está interpretado por Kim Myung-Min, un actor todo-terreno en quizás su papel más exaltado. Aunque dramas y thrillers ha tocado bastantes, es un reconocido comediante, y verlo tan excesivamente sobrio, resulta refrescante. Claro, esto a quién lo conozca poco o nada, no le va a resultar un atractivo extra, pero ya sabemos que parte del éxito de las producciones surcoreanas radica en su… ¿interiorización?
La segunda, las sorpresas. No voy a desvelar nada, pero a pesar de que como digo el guión no es muy elaborado, no resulta previsible. Y cuando lo hace, sobre todo en el personaje interpretado por el internacional Jang Dong-Gun –repito que no descubro nada, solo hay que ver el arranque- es cuando resulta necesario. Los mejores minutos de la película coinciden con la acción protagonizada por este. Da gusto verlo. Y ya no tanto por la contundencia sino por dejar atrás toda esa mojigatería en la que vivimos. Personalizándolo en su persona, ya en su momento muchos dijimos que era un buen heredero de Chow Yun-Fat; aquí lo ratifica. ¡Qué atracción ejerce sobre la cámara y cuánto estilo con una pistola en las manos!
¿Lo peor? Que se me queda corta la participación de Park Hee-Soon cuando su personaje daba para mucho más como ese oficial norteño con la venganza como meta y fatalidad como destino, la nula presencia femenina y que parece que la industria tabacalera del país ha producido la película. Cada cual hace con su cuerpo lo que quiera, siempre que no moleste a otro, claro, pero aquí parece que es indispensable fumar para parecer más duro o cool. El personaje interpretado por Kim Myung-Min no hay escena en la que no lleve un pitillo en los labios.
Resumiendo, “V.I.P.” es un ‘más de lo mismo’, pero un ‘más de lo mismo’ bueno, sabe qué dar y hasta cuándo. Aprovecha defectos para convertirlos en virtudes y enmascara tópicos gracias al ritmo y carisma de sus protagonistas. Un thriller que sin llegar a ser “de acción” resulta intenso.
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