
Lo de que Wong Jing es un ‘Maestro de la comedia’ quedó en el pasado. No porque ya no lo sea, no, sino porque es ‘Maestro’… a secas. Aunque para ser francos más bien deberíamos calificarlo como un tipo listo, muy listo. Pero vayamos por partes.
De sobras son conocidas las sagas “Twinkle Twinkle Lucky Stars”, “God of gamblers” –con guiño incluido en esta película- recuperadas en las recientes “From Vegas to Macau/Man from Macau”, las no menos aplaudidas “Future cops”, “High risk”… Y es que son tantas y tantas risas las que nos ha arrancado…
Pero más allá de comedias, como decía al inicio, también en las últimas décadas nos ha regalado tremendos dramas y vehículos de acción que se alejaban de su peculiar sentido del humor, improvisación y grotesca puesta en escena. “The colour of the truth”, “The last tycoon”, “Moving targets”, “To live and die in Mongkok” o “I corrupt all cops” con la que guarda muchas similitudes con esta, son algunos ejemplos. Sin embargo, los que más y los que menos sabrán que este ‘milagro’ no es casual y que en muchas ocasiones Jing ha recurrido a directores amigos y genios apadrinados para, por decirlo de alguna forma, “domesticarlo” y controlar sus desmanes cuando la comedia pugne por no dejar sitio al drama. Marko Mak, Billy Chung, el mismísimo Andrew Lau o como en este caso, Jason Kwan. Como decía, un tipo listo.
En esta ocasión, Jing se hace valer de una historia y personajes que conocía muy bien de cerca –la mencionada más arriba y el ínclito Lee Rock cuyas películas produjo Jing casi tres décadas atrás con Lau enfundado en la misma piel- para construir una historia con un gran leit motiv: hacer de los tópicos una excepción.
En el film –repitamos, referencias aparte- se nos muestra la típica historia de mafiosos –triadas, como no- con hermandades por doquier. Y no, no hablo de colectivos, sino de ese “Bromance”, amistades llevadas al límite que se nos descubrió precisamente en Hong Kong de la mano de otro maestro como John Woo. De hecho, y perdonarme porque había dicho que dejaba las referencias a un lado… ¿nadie ha visto como un servidor un pequeño homenaje a “Una bala en la cabeza”?
Pero vuelvo al redil. Con notas que nos recuerdan que estamos en un nuevo siglo –las reivindicaciones sociales (inmigración, lucha de clases, posicionamiento político, etc.)- Jing como autor unipersonal –o eso dice- del guión, recrea una historia como decía con amistades inquebrantables, ascensiones y caídas. Vamos, lo de siempre.
Peeeeeero, la magia de esta “Chasing the dragon” es que se construye desde abajo.
Dicho así parece una obviedad, pero no tanto cuando todo el ritmo va acrecentándose para partiendo de los tópicos mantener la tensión hasta el final sin saber qué pasará. Y esto ni ya es tan elemental ni muchos menos, fácil de conseguir.
Porque por mucho que la historia sea manida y hasta los personajes reconocibles, su tratamiento es bastante diferencial cuando los revistes de dos rostros tan carismáticos pero los reclutas en el bando del lado oscuro, obteniendo que la presunta previsibilidad se evapore al eludir el clásico duelo ‘bueno-malo’.
En ningún momento sabes si las hermandades se van a romper, si alguno de los protagonistas puede caer o, evidentemente, cómo va a terminar la cosa.
Una ‘femme fatale’, drama, más drama, más tragedia, un Donnie Yen fuera de su hábitat natural pero majestuoso, un Andy Lau macarrero pero ‘celestial’… la lista es larga.
Pero por debajo de las luces, están las sombras. Y no hablo en plan negativo o crítico, más bien pedante ya que es un recurso gratuito para destacar elementos menos a priori destinados a llamar la atención.
El primero es la bellísima fotografía de la película que junto a la dirección artística nos traslada por momentos a la recordada “In the mood for love”. No os llevéis las manos a la cabeza, que no es para tanto. Jason Kwan, co-director y director de fotografía del film nos trae uno de los mejores tratamientos de imagen que he visto desde hace mucho tiempo en una película, al uso del célebre Doyle, o más reconocible por el gran público, las producciones de Jean-Pierre Jeunet.
Y es que Jing siempre ha tenido buen ojo para los directores de fotografía venidos a realizadores, ¿verdad, Andrew Lau?
En este aspecto, sorprende ver en los títulos de créditos a otro director que de esto de la imagen sabe mucho como el gran Peter Chan, aludiendo a él como Director consultante. ¿Casualidad?
La Banda Sonora, baza habitual en los films de Jing, gana, si cabe, aún más protagonismo en esta ocasión. La riqueza de melodías, obviando la calidad que siempre atesora su compositor Chan Kwong-Wing (sí, el de la trilogía “Infernal Affairs”) logra que destaque incluso por encima de la acción o trascendencia de las imágenes. Anacronismos musicales, poner música dramática a los momentos de tensión o al revés, más dinámica a los tristes, son brillantes ocurrencias que elevan el nivel del film por encima de esa previsibilidad inherente tanto a su historia como al género.
Como la perfección es difícil de alcanzar, se le puede reprochar que algún efecto dramático sea un tanto buscado perdiendo emotividad, pero lo compensa con esa habitual contundencia que solo las producciones locales pueden ofrecernos.
Resumiendo, soberbio cocktail realizado en base a una historia de mafias y corruptelas, con referencias al ‘heroic bloodshed’ clásico, e ingredientes carismáticos con una presentación más allá de la espectacularidad y gusto por el detalle. De lo mejorcito de este 2018.

