
“El qué esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Esta cita bíblica me sirve para comenzar la reseña de, aviso desde el principio, una de las películas que más me han impactado este 2019, por no decir de la década.
Bajo la apariencia de uno de esos potentes thrillers que han dado fama a la cinematografía de Corea del Sur, el director Choo Chang-Min, autor de otras notables obras como “Masquerade” o “Mapado” -eso sí, en otros géneros- nos regala una impagable reflexión sobre los remordimientos, la obsesión y hasta la locura; una tesis sobre la culpa, donde los tintes grises, casi negros, dibujan tanto a los personajes como al destino de estos.
Para empezar hay que decir que hasta por formas, la película es compleja. Y no, no me refiero a que su estructura sea complicada a pesar de que el grueso del film sea un flashback. Me refiero a que su apariencia, su base, podría ser la de uno de esos films de ‘padre coraje’ ya que a grandes líneas nos trae la venganza de un padre cuya hija fue encontrada muerta. Son los matices, esa complejidad de la que hablaba que alcanza tanto a los personajes como a las situaciones lo que la convierte en algo realmente brillante.
Casualidad y causalidad se entremezclan para que todo el caldo de cultivo anterior explote y desencadene las situaciones que nos coloca como testigos de excepción del drama.
Pero vayamos por partes. El argumento a grandes rasgos es el que ya he comentado. El problema que es ni el padre que busca venganza está libre de pecado ni, sin destripar nada, su venganza es todo lo… ‘limpia’ que nos gustaría. La venganza esconde una obsesión más allá del empecinamiento por saldar cuentas, entrando en terrenos donde hasta parece vislumbrarse enfermedades mentales tan de moda en el panorama cinematográfico como la esquizofrenia. No en vano, la anterior obra de Yeong Yoo-Jeong en la que se basa la película ya hablaba de esta enfermedad aunque desde un prisma mucho más amable como la comedia romántica.
Volviendo al redil; alguien puede pensar que con todos las rémoras y hándicaps nos encontramos frente a uno de esos anti-héroes tan gratificantes para el género, pero lo curioso es que aquí si tenemos que calificar a alguien de tal guisa es al culpable de todo, al presunto villano.
El problema es que tampoco este sería un anti-héroe. Ni tampoco villano propiamente dicho ya que sobre él “pueden” –resalto el entrecomillado- recaer las simpatías del respetable. Como hemos dicho al principio hay demasiados grises sobre todos los personajes y quizás si tuviésemos que calificarlo lo haríamos con el término de ‘humano’ de ahí que sea más fácil identificarnos con él.
Pero por encima de su vertiente terrenal la película le concede una faceta casi sobrenatural que es lo que hace extraordinario al film acercándolo por momentos a la escenografía reconocible en el terreno del terror. No en vano junto a su director ejerce como co-guionista Lee Yong-Yeon experta en el género con libretos a sus espaldas como los de “Yoga”, “Red eye” o la más recordada “Wishing stairs”. Su realizador acentúa ese trasfondo misterioso, siniestro, envolviendo las tinieblas del pasado con una presentación impecable gracias a una fotografía cuidada, puesta en escena lóbrega, complejo folclore local e incluso referencias reconocibles.
Y si esto es un aliciente que da una dimensión más grandilocuente al drama que se nos presenta no hay que desviar la atención ya que dejando de lado la interpretación de sus dos protagonistas, el verdadero foco de atención es la propia tragedia.
En los últimos años la filmografía surcoreana ha dejado de ser aquella que nos atrapó gracias a su capacidad para hacernos vibrar con sus propuestas actioner, reír o contrariamente conmovernos. Se han vuelto cómodos por un lado y previsibles por otro. Sin embargo “Seven years of night” es capaz de ponernos el corazón en un puño con hechos que ya hemos visto mil veces.
Y es que si bien el celuloide, o mejor, las malas películas tienen la ‘virtud’ de convertir al ser humano en insensible a las desgracias ajenas, la habilidad de Chang-Min de transformar lo vulgar, por doloroso que sea, en algo contagioso hasta llegar a ser angustioso debe ser poco menos que resaltado.
Son varias las ocasiones en las que “Seven years of night” amenazará nuestra integridad pero lo mejor que podemos hacer es dejarnos llevar y dar rienda suelta a nuestros sentimientos. La verdad es que la ocasión lo merece y nadie debe arrepentirse por soltar unas lágrimas cuando el motivo es realmente conmovedor. Ser padre, querer a una persona, sacrificarse, llorar una pérdida, la frustración… son tantos y tan buenos los motivos por lo que abrir el corazón y dejar salir lo que uno lleva dentro…
Pero todo esto no sería posible sin, lo veníamos contando, una historia bien construida y, lo habíamos adelantado, un par de protagonistas de lo mejorcito que te puedes encontrar no solo en Corea sino en Asia. No solo Ryu Seung-Ryong es uno de los intérpretes más laureados en su país sino que Jang Dong-Gun es una estrella también fuera de su país ya que ha protagonizado producciones en el exterior, principalmente en China.
Dong-Gun nos sorprende haciendo uno de los pocos papeles negativos de su carrera, dando la sensación de querer dejar atrás la imagen de héroe o galán para demostrar que es un actor todo-terreno. Y no solo es su visceral interpretación sino que hasta físicamente ha sufrido una transformación engordando unos cuantos –bastantes- kilos. Lo del peinado, es solo una anécdota.
Contrariamente, a Seung-Ryong no hay que descubrirlo porque ya lo hemos visto en todo tipo de papeles y catadura pero siempre, y esto es lo loable, resultando no solo creíble sino brillante. Es, como en este caso, cuando a su personaje le corresponde llegar al corazón de los espectadores cuando se engrandece. Su trabajo por otro lado debería haber merecido algún premio local pero incomprensiblemente la película pasó de tapadillo entre la crítica y responsables de estos menesteres.
Por cierto, una curiosidad concerniente a ambos: tanto Dong-Gun como Seung-Ryong interpretan el papel de villano como Primer Ministro en, respectivamente, “Rampant” y “Kingdom”, las dos producciones, una para las salas de cine y la otra para TV, que muestra la lucha del reino de Joseon contra una legión de zombies.
No puedo acabar sin volver hacer mención a su director. Si es loable su trabajo en el guión, el manejo de estos dos monstruos interpretativos por fácil que parezca e incluso, el acierto al plasmar esa atmósfera a veces de cuento, a veces de pesadilla, no se puede pasar por alto que la película tenga algunas escenas que por sí solas tengan tanta fuerza como la propia historia que narra. La hoja de la desaparición de la niña con la flor, esa cremallera de la chaqueta, la escena de la cárcel… Son tantas y tan perfectas…
Y para cerrar el círculo destacar la preciosa Banda Sonora a cargo Ja Wan-Koo, la puntilla definitiva para que nuestros sentimientos se desborden.
Resumiendo, “Seven years of night” es un potente thriller que no solo atrapa y embarga sino que invita a la reflexión. Son los claroscuros de la vida, los errores y la lucha contra la fatalidad. Para un servidor, una Obra Maestra.
